Comentario
Sabemos por los textos neobabilónicos que los templos y los palacios se embellecieron con generosa abundancia de oro, plata, bronce y cobre, así como con las más diversas piedras preciosas. Los textos dicen también que "las estatuas de culto de Marduk y las de los dioses más importantes del panteón, venerados en el Esagila, estaban fundidas en oro puro y enriquecidas con incrustaciones de marfil y abundante pedrería". Incluso que el pueblo, en agradecimiento a Nabucodonosor II, levantó a tal rey una estatua de oro macizo de más de cuatro toneladas de peso...
Una y otra vez, los textos hablan de las fabulosas riquezas de las capillas, construidas con ricas maderas y adornadas con metales nobles y en algún caso revestidas, incluso, con láminas de oro puro. Lo mismo dicen del mobiliario: tronos, mesas, lechos de los dioses, confeccionados en exóticas maderas y ricos metales.
La abundancia de éstos posibilitó, además, que las ocho puertas de Babilonia estuvieran recubiertas con gruesas láminas de bronce, así como las de los templos y palacios, aunque en éstas el broncíneo metal se realzó con chapados de oro, plata y adornos de cobre.
De toda esa riqueza, que confirma la existencia de expertos metalistas y orfebres, nada ha llegado, salvo unas cuantas piezas totalmente insignificantes: una cabeza de bronce del dragón de Marduk (15 cm; Museo del Louvre), una plaquita de oro repujado con la decoración de un templo de época de Nabopolasar, y algunos collares con cuentas de oro y piedras de los Museos del Louvre, Berlín e Iraq.